viernes, 18 de noviembre de 2011

Terminando los sesenta y la primera mitad de los setenta  surgio un fenómeno contradictorio en relación con el rock hecho en México. Años de politización juvenil y de militancias variadas, de crítica al rock and roll  por parte de una izquierda rígida y prematuramente envejecida. Años de sueños, de utopías socialistas, de hippies y militantes de una nueva vieja izquierda, de movimientos contraculturales y movimientos sociohistóricos. Entre lo instituyente y lo instituido, el movimiento estudiantil compuesto por jóvenes que buscaban modificar la vida cotidiana con un aquí y ahora que incomodaba a los miembros de una izquierda que prometía el reino de la libertad en un futuro lejano.
El movimiento instituyente juvenil se partió en dos con el festival de Avándaro, al que atacaron por igual el Estado y algunos militantes de izquierda. La identidad juvenil se debatía entre un rock cantado en inglés, las canciones del catalán Joan Manuel Serrat y las letanías latinoamericanas en una vuelta a lo folclórico que poco tenían que ver, a no ser con las nostalgias del origen campesino, con la vida de jóvenes que habían crecido entre los laberintos de concreto y asfalto y los cielos grises de las fábricas de la era de la sustitución de importaciones. Para los jóvenes urbanos no había lugar en las canciones ni presencia en un cine mexicano en decadencia
las generaciones que nacieron después del periodo  conocido como desarrollo estabilizador difícilmente se identificaban con los personajes de un cine que   sucumbio en el gobierno de Luis Echeverría, para extinguirse en definitiva en el sexenio siguiente Aquélla fue una generación que caminaba por la Alameda Central y tenía la cabeza en el Golden Gate Park, en el Greenwich Village o en Trafalgar Square. Los militantes ortodoxos hablaban del internacionalismo proletario y los hippietecas, mods del sur y rockeros mexicanos formaban parte de una cultura juvenil sin fronteras, con el rock como música de fondo. Identidades internacionales unificadas por los medios masivos de comunicación y el rock y su cultura contestataria.
El impetú  que cobró el rock en español en la década de los ochenta surge, paradójicamente, cuando el capitalismo celebra su venganza ante la caída de los socialismos burocráticos y extiende el neoliberalismo y la globalización a lo largo y a lo ancho del planeta, En los noventa, cuando se firma el Tratado de Libre Comercio (TLC), proliferan los grupos que cantan y componen rock en español. ¿Respuesta regional a una internacionalización forzada? ¿Búsqueda de una identidad juvenil que combina su gusto por el rock anglosajón con un rock que recoge sus sentimientos y relatos en el idioma nacional?  
Vestimenta, apariencia, costumbres, lenguaje y música son expresiones de la identidad juvenil de las tribus citadinas que vienen desde los cincuenta como los gormondios y rebeldes; los caifanes y los rebecos de principios de los sesenta; los onderos y los fresas al final de los sesenta; rockeros y folcloroides en los setenta; los punks, los disco y los tíbiris en los ochenta; los punks, los darks y la generación X de los noventa. Copetes envaselinados y chamarras de cuero negras; fleco sobre la frente y sacos sin solapa; pelo largo y pantalones acampanados; cabellos hirsutos y pantalones desgarrados; rostros pálidos, párpados y ojos ensombrecidos y ropas oscuras. estilo y apariencia de cuatro décadas y brechas generacionales. Costumbres contestatarias, expresiones de inconformidad. Lenguaje antisolemne, desde el caló hasta la gravedad de un rock con poesía para los darck. El rock desde hace medio siglo es parte de la identidad de los jóvenes urbanos

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